Todo acaba cuando acaba…
Colaboración de Joel Isaías Barraza Verduzco, desde Mazatlán Sin.
Bien decía el filósofo Pedro Infante… “Yo Soy Quien Soy.
"Todos pensamos, recordamos, y llevamos nuestro pasado con nosotros en todo momento. Somos lo que hemos sido”.
Hace algunos años, no muchos, recibí una carta de una Tía materna que vive en Brujas. En ella me cuenta la historia de un pariente, un hombre al que conoce desde niña y que vivió hazañas que otros desconocemos.
Ese pariente es mi Tío Livais y era miembro de un “grupo subversivo”, que luchaba contra las injusticias de la Oligarquía burguesa mexicana y el Colonialismo imperialista.
Mi tía cuenta en su carta que un día, sus compañeros y él anochecieron rodeados por las tropas del gobierno de Poncho Sánchez Félix. Se habían refugiado en una granja abandonada, en un lugar perdido del campo donde los sembradíos alcanzaban casi un metro de altura. Era difícil escapar. No sabiendo qué hacer decidieron jugárselo a la suerte, tiraron monedas al aire, el plan principal era salir de la granja uno por uno, corriendo y arrastrándose por los sembradíos con tal de salvarse. De acuerdo con los resultados, mi Tío Livais debía salir en cuarto lugar.
Vio por entre las ramas como el primer compa corría y se agachaba entre los secos sembradíos de maíz. Desde uno de los flancos, de arriba de una de las camionetas negras dispararon varias ráfagas. El compa cayó. El segundo camarada ya iba en el camino por el otro lado de las siembras… ráfagas a discreción retumban desde el frente a donde se dirige…se tumba para atrás y cae de lado…al tercero le pasa lo mismo, cae muerto sobre las ramas secas de un campo experimental de nuevos granos.
Entonces ya le toca salir a mi Tío Livais. No sé si dudó, si le temblaron las piernas y se le secó la boca. No sé qué pensamientos le pasaron por la cabeza. Lo único que concluyo de la lectura de la carta es que salió corriendo, entre las ramas más altas se tiró de cabeza y rodó de lado, se fue a gatas y en zigzag, escuchando los silbidos de las balas y las ramas quebrarse, de pronto sintió un piquete caliente en la pierna izquierda y se detuvo un momento para volver a salir corriendo hacia un bajo que daba al río, su pierna se dobló por el esfuerzo produciendo un dolor repentino que lo mandó rodando por el suelo cayendo en un sueño oscuro por debajo de las balas silbantes.
Al despertar, se vio recostado entre atados de pastura que llevaban en la caja de una camioneta, sin poder saber quiénes y hacia dónde lo llevaban; desde que abrió los ojos pudo distinguir que alguien manejaba despacio y era hombre y llevaba cachucha de los Tomateros, sobre el vidrio retrovisor en la camioneta destaca un escudo universitario con un águila de frente en azul y ocre.
Observaba a través del vidrio la espalda de quien manejaba de prisa cuando se escucharon disparos repetidos, relampaguearon lámparas y las balas tupidas destrozaron el vidrio trasero, alcanzaron al conductor y la camioneta quedó encendida en la cuneta.
Cuatro camionetas negras la rodearon y el oficial a cargo, mirando con enojo a mi Tío, dio instrucciones, después de tumbarlo de la caja trasera de un jalón y un moquete en el tronco de la nariz. Ordenó que se llevaran a mi Tío Livais a la ambulancia y en el camino se encargaran de sacarle toda la sopa, “…y no importa que se nos muera, siempre y cuando haya cantado,” dijo.
Lo llevaron a la ambulancia con dos tipos armados y lo subieron en peso, saliendo despacio por el camino más largo y oscuro, rumbo a la ciudad. Lo amarraron con las correas a la camilla y sacaron el instrumental acostumbrado para hacerlo vomitar "todo lo que sepas o desees contar." Sacaron una jeringa ya preparada, le ligaron el brazo y pusieron música de banda manejando despacio.
De pronto unos disparos truenan una de las ruedas, luego un estallido en el frente daña la cabina y el motor, parando en seco la camioneta se sacude. Después siguen disparos certeros aislados, sólo a los cuerpos de los dos guardias y los camilleros, que pronto caen uno a uno. Mi Tío ya no sabe qué sucede, no ve ni oye, se desmaya.
Esta vez, se despierta recostado en una cama fresca de blancas y suaves sábanas de algodón. También huele a campo, pero más limpio y perfumado. Puede ver el rostro sonriente de una bella joven morena, con ropa de mezclilla y sombrero de palma. Ella le da a tomar un oloroso y nutritivo caldo a cucharadas, limpiándole la boca con un pañuelo.
Sin poder explicarse todavía lo que ha sucedido, se queda mirando interrogante los ojos castaños de la bella, que sonriendo le dice: “Te trajimos a Surutato. Somos familia de Calixto Fierro y Liberato Castro, te trajimos hasta el rancho para que sanes. A todos ustedes los andan buscando para matarlos."
Cuenta la carta, que mi Tío Livais se quedó en el rancho, en lo alto de la Sierra de los Copechis, mientras se recuperaba; y como a veces les sucede a las personas, se fueron enamorando. Después mi Tío Livais me escribió algunas cartas desde Europa y China en donde estuvieron estudiando becados. Pero de cómo termina esto, pues todavía no puedo contarles. Espero recibir otras dos cartas. Al fin y al cabo, la vida acaba cuando acaba… y va empezando.
Antropología de la violencia, dedicada a los 80 Años del INAH y la rebeldía de los Sinaloenses.
Joel Isaías Barraza Verduzco
Antropólogo y Escritor.
(antropologo51@gmail.com)
Nota de la redacción: Las imágenes del pueblo de Surutato Sinaloa, son cortesía de la empresa arrendadora de cabañas Topadventure-ecoturismo de la región.
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